RIO DE JANEIRO; Ciudad de Dios y del diablo

Brasil ha logrado los Juegos Olímpicos 2o16 para Río de Janeiro con una candidatura que emocionó y logró superar su principal punto débil: la inseguridad. Pero no es menos cierto que entramos en un infierno de 7oo favelas, en un "campo de batalla" entre policías, paramilitares y narcotraficantes, con casi 2o asesinatos diarios.

Favela Vila Aliança, zona Oeste de Río de Janeiro. Yashmina Barbosa, de tres años, revolotea en el parque alrededor de su abuela, Rosâlenga da Silva. La Bahía de Guanabará se oculta allá entre un mar de antenas. El paraíso de arena de Copacabana queda lejos. La niña, ajena, juega cerca de la cárcel de Bangú, a la que llaman "la fábrica de monstruos". Abunda la basura desparramada. Rosâlenga observa como el 14º Batallón de la Policía Militar acaba de aparecer. Y, de repente, su nieta yace en el suelo Todo sucede demasiado rápido. Un proyectil de 7,62 milímetros a 85o metros por segundo entra por la espalda de la pequeña. Cuando llega al hospital Albert Schweitzer, está muerta.


Un nombre/número que pasará pronto a las estadísticas/olvido. Otra víctima de las denominadas "balas perdidas", proyectiles que alcanzan a cualquiera sn detenerse a medir su grado de inocencia.


Y no sólo en la zona de chabolas; también en los barrios de clase media la guerra puede estallar al otro lado de tu ventana. A primera vista, la ecuación es incomprensible. Por un lado, los grupos de traficantes, que forcejean entre sí y luchan contra las fuerzas de seguridad. Por otro, la Policía Militar -corrupta, violenta-, que combate el crimen con técnicas de guerra sin importar la muerte de civiles. La milicia -grupos paramilitares que suplen el gran vacío en seguridad- completa el cóctel.


¿Y los desaparecidos? Entre 1993 y 2oo7 se contaron más de 25.ooo. ¿Quién los mata y los oculta?






Condenados a la pobreza, la muerte ya no sorprende a nadie, es una escena habitual. En cualquier favela puede haber tiroteos durante horas. Los niños y lo jóvenes se ven envueltos en una espiral de extrema pobreza y delincuencia de la que es casi imposible salir. Entre las bandas ya no hay instinto revolucionario, ni siquiera ideología. Es una locura de drogas, muerte y supervivencia. Sin más análisis.


El sociólogo Ignacio Cano, del Laboratorio de Estudios sobre la Violencia en la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERJ), probó con un informe que el 65% de los asesinados por la policía tenía al menos un disparo por la espalda. "Les llaman autos de resistencia, pero son ejecuciones", indica. Tim Cargill da una pista importante: "Los autos de resistencia blindan a la policía, no se investigan las muertes".


La ley del silencio. De la mordaza. La milicia no perdona. Freixo destaca que muchos milicianos "son elegidos n las elecciones legislativas". Eduardo Paes, actual alcalde, ganó las elecciones defendiendo al poder paramilitar. El policía Alexandre de Sousa justifica la milicia "por los bajos salarios de la policía".La media está en torno a 1.1oo reales, menos de 4oo euros mensuales. "Por ello existe la corrupción", explica. Un total de 1.245 policías militares corruptos han sido expulsados desde 2oo2 hasta marzo de 2oo8. Implicados en el tráfico de drogas. En la venta de armas a traficantes. En fundar grupos paramilitares para lucrarse.


Río boca abajo. La ecuación está casi completa. El Río Norte tomado por los traficantes. La zona oeste, conquistada por las milicias. En las favelas elevadas de la zona del sur, algunos puntos de tráfico. En toda la ciudad, la población pobre a merced de los abusos de uno y otro lado. El vídeo que el Gobierno de Río entregó al Comité Olímpico Internacional ocultaba las favelas. Hasta la histórica Mangueira, pegada al estadio Maracaná. El vídeo no mostraba los muros que están siendo construidos en 13 favelas de Río, "para proteger la naturaleza" (versión oficial). No es que no se haga nada; hay algo de inversión social. En Santa Marta, por ejemplo. Y en la defensa de la candidatura olímpica en Copenhague, el gobernador Sergio Cabral comprometió 2,5 millones de euros para "entregar los Juegos más seguros". "Pero la policía sigue intimidando con armas", afirma Daniel Luz, de la ONG Viva Río. Hasta Jorge Bittar, secretario de Vivienda de la ciudad, confiesa que Santa Marta es sólo una favela. Una de muchas. La Ciudad Maravillosa tiene más de 7oo (hace 2o años eran 3oo). Lo cierto es que en 2oo9 todo sigue parecido. La clase media, cheirando pó (esnifando cocaína) en las fiestas de la zona sur mientras el rapero MV Bill entona sus rimas afiladas desde la favela de Ciudad de Dios: "Compras cocaínas de mis manos, luego me insultas en la televisión". La mayoría de los cariocas mira para otro lado, no quiere hablar de la violencia.

Comprender a los demás

¿Y si, al contrario de lo que pensamos, no tuviéramos tanta empatía ni supiéramos ponernos en el lugar del otro? Queremos ayudar a los demás, pero ¿sabemos hacerlo?

"Cuando una persona os explique sus problemas, no le digáis: 'No te preocupes'. Ésas son las palabras más absurdas que podéis pronunciar".

No te preocupes. ¿Qué pretendemos conseguir con esa frase? Lo paradójico del asunto es que esa expresión está cargada de nuestras mejores intenciones. No queremos que la persona que tenemos delante sufra y nos encantaría poder consolarla. Deseamos entender y ayudar a los demás, pero ¿sabemos hacerlo?

En muchas ocasiones creemos que tenemos mucha empatía y que sabemos ponernos en el lugar del otro. Lamentablemente, no siempre es así, y, por eso, podemos incluso llegar a empeorar la situación.

A veces nos ponemos en el lugar del otro pero, ¡con nuestra forma de pensar! Sólo somos capaces de imaginarnos a nosotros mismos viviendo esa situación, pero no sintiendo lo mismo que la otra persona.

Así que lo que deberíamos hacer es recordar en qué momento hemos vivido una emoción similar y ponernos en el lugar de nuestro amigo con el corazón y no desde nuestros esquemas mentales.

Aunque normalmente se entiende la empatía como la capacidad de ponerse en la piel del otro, no es exactamente eso. De hecho, técnicamente se define como la capacidad de sentir, imaginar o experimentar las emociones o estados de ánimo de otra persona. Intentemos pues ponernos en la emoción del otro y no sólo en su situación.

Deberíamos esforzarnos para desarrollar la empatía. Ésta constituye una de las habilidades esenciales de la inteligencia emocional que Goleman demostró, a través de muchos estudios, como incidía en la felicidad. Incluso Howard Gardner, el cual define que poseemos ocho tipos de inteligencia en lugar de una, apunta a la empatía como una de ellas; la denomina: inteligencia interpersonal.

Uno de los puntos esenciales para desarrollar la empatía consiste en aprender a escuchar.

Cuatro aspectos a tener en cuenta:

1. CUIDADO CON LOS CONSEJOS
"Quien no haya sufrido lo que yo, que no me dé consejos" (Sófocles)

Antes, ya nos aconseja lo que debemos hacer. Antes de exponer aquello que nos afecta, probablemente hemos estado varias noches sin dormir, le hemos dado mil vueltas y todavía no sabemos cómo saldremos de la situación. Y la otra persona, ¡zas! En cuatro segundos ya tiene la solución. En ocasiones, la persona que aconseja está tan convencida de que su idea es acertada que incluso, aunque le aseguremos que ya la hemos aplicado, insistirá.

<<Consejo: "Lo que tendrías que hacer es hablar con él".
Respuesta: "Claro que he hablado con él, ¡si no hago otra cosa!
Repetición del consejo: "Es que no has hablado suficiente">>.

Al tratar con alguien a quien queremos ayudar a resolver su problema, no olvidemos que habrá pensado mucho sobre como solucionarlo y que probablemente habrá emprendido varios caminos para lograrlo. Antes de sugerir soluciones, debemos preguntar sobre las posibilidades que se han barajado y los intentos de reparación emprendidos. Quizá nos sorprendamos y simplemente preguntando, la otra persona vea aspectos que antes no había tenido en cuenta y la solución se desprenda sola.

Y sobre todo, recordemos que desde fuera todo se ve muy sencillo, pero por dentro no lo es tanto. Si lo fuera, nuestro interlocutor ya habría llegado a ella.

Primero deberíamos entender y luego procurar que el otro se sienta comprendido. Si no es así, nuestro consejo caerá en saco roto. Nunca se sigue un consejo de alguien que no parece haber entendido la situación. Así que, no nos precipitemos en aconsejar, mejor escuchar y preguntar mucho antes de hacerlo.

No olvidemos dos puntos obvios. No sabemos si nuestro consejo será correcto, hemos de sugerirlo con precaución. Y segundo: los consejos no son órdenes, la otra persona tiene toda la libertad del mundo para no seguirlo, toda la libertad; es decir, sin necesidad de machacarle directa o indirectamente con que está cometiendo un error.

No te preocupes, es igual que ya te lo advertí. La persona actuó pensando que hacía lo correcto para ella y si se equivocó no hay necesidad de remarcarle nada. No tenemos la verdad absoluta.

Y tengamos muy en cuenta que, en muchas ocasiones, simplemente debemos absolvernos de aconsejar. Nuestro interlocutor quizá sólo quiere ser escuchado y comprendido.

2. EVITEMOS JUZGAR
"Si de veras llegásemos a poder comprender, ya no podríamos juzgar" (André Malraux)

Juzgar es un acto casi automático. Si alguien nos cuenta el trance que está sufriendo, nuestro cerebro extrae conclusiones rápidas que suelen ser dicotómicas, con pocos matices, del tipo: ha actuado mal o ha actuado bien. Por suerte, con más tiempo solemos matizar, pero nuestra mente tiene estos arranques.

Cuando alguien nos escribe alguna situación dura por la que está atravesando, agradecerá que nos pongamos en su nivel y que no la juzguemos. Algunas veces podemos pensar: "Yo no hubiera cometido estos errores". Es una actitud muy humana, necesitamos creer que somos menos vulnerables que los demás. Si tenemos esas ideas, la otra persona lo notará aunque no las verbalicemos. Frenar nuestros impulsos de juzgar y ser humildes ayudará a que los demás se sientan más cómodos y entendidos.

3. NO RELATIVICEMOS EL PROBLEMA DEL OTRO
"¿Quieres que sienta dolor por niños que mueren de hambre? Yo siento dolor por ellos. ¿Quieres que proteste por las guerras que siguen en las montañas? Yo protesto. Pero el corazón tiene sus dolores privados: ni siquiera todas las grandes causas buenas de este mundo pueden impedir que llore por un amor perdido" (Arnold Wesker, The four seasons)

Ante un amigo que comparte sus tristezas, podemos caer en la trampa de intentar que relativice: "Hay gente que está peor que tú". Probablemente ya lo sabe, pero eso no le consuela. Mejor será que permitamos a nuestro amigo que se queje y explote. A veces intentar relativizar es contraproducente.

4. RESUMIENDO: SIMPLEMENTE DEBEMOS COMPRENDER
"En tu relación con cualquier persona, pierdes mucho si no te tomas el tiempo necesario para comprenderla" (Rob Goldston)

La comprensión es un bálsamo muy potente. Las personas con las que más a gusto nos encontramos son con las que nos comprenden. Si queremos que los demás se sientan cómodos y comprendidos por nosotros, simplemente escuchemos sin juzgar; no aconsejemos con tanta facilidad; permitamos cualquier emoción sin intentar relativizarla; y pongámonos no solo en su piel, sino sobre todo en su corazón.

El artista azul

Un pigmento que cubría la tela de un azul profundo fue la clave de la obra del francés Yves Klein, un hombre que cambió el yudo por la pintura y que murió con sólo 34 años. Madrid tuvo un papel decisivo en ese cambio tan radical y exitoso.


Alto, fuerte. El pelo, moreno, fijado con brillantina. Inquieto, con una personalidad obsesiva. Apasionado por el yudo, el esoterismo y la espiritualidad, fue el inventor de un tono de azul que lleva su nombre y de una forma de pintar revolucionaria. "Mis ojos no están hechos para leer un cuadro, sino para verlo. La pintura es color". Yves Klein (Niza, 1928-París, 1962), el hombre que patentó su azul ultramar como IKB (International Klein Blue), una fórmula tan secreta como la de la Coca-Cola, llegó a ser pintor casi por genética, mejor dicho, por herencia.


Hijo único de dos artistas muy distintos, Marie Raymond (19o8-1989), una pintora abstracta, hija de una acomodada familia de perfumistas en Niza, y de Fred Klein (1898-199o), un holandés figurativo, amante de los paisajes y los caballos, vivió en su casa la efervescencia de las vanguardias.

Autodidáctico, sin éxito en los estudios, pero más listo que el hambre, el joven Klein miraba de reojo cuanto sucedía en su casa parisiense de la Rue d'Assas, entre Montparnasse y el Barro Latino. En las reuniones que convocaba los lunes su madre se discutía sobre arte, se hablaba de libros, de filosofía o de arquitectura. Aquel adolescente de 18 años conocía ya a todos los artistas que bullen en el París que renace de sus cenizas tras la II Guerra Mundial. La obra de Marie Raymond es la línea, y la de Yves Klein es el color. Existe una oposición clara entre ambos. Yves Klein quiso acabar con el modernismo, pero debía ser el quien cerrara la puerta, el último en irse.

La cabeza del joven Klein giraba a mil revoluciones con nuevos intentos para ganarse la vida. A los 23 años, su única actividad conocida era la práctica del yudo. Tenía que dar salida a su energía por algún lado. Ha de alejarse de su entorno familiar, tan intenso, y buscar su lugar en el mundo. Su tía Rose Raymond, propietaria de una librería en Niza, le ayuda económicamente a financiar algunos de sus viajes. Klein propuso a su amigo Claude Pascal dar la vuelta al mundo, realizar un viaje en cierto modo espiritual. Ambos planean llegar a España y atravesarla hasta llegar a Marruecos a caballo. El plan se torció cuando Pascal enfermó de tuberculosis, pero Klein no se arredró y atravesó la frontera de Irún el 3 de febrero de 1951: "Para descubrir España estoy solo y es triste", escribió en su primer diario.


Ya fuera por su afán de aprender español o por la emoción que le produjo el descubrimiento de cuanto vio en sus viajes a España, en 1951 y en 1954, Klein anotó cuidadosamente sus impresiones acerca del yudo, los toros, Lola Flores y Manolo Caracol, o su descubrimiento del Museo del Prado y los cuadros de El Greco, que tanto influyeron posteriormente en su vocación pictórica.

El cielo de Madrid le inspira un poema profético: "Un día el cielo azul sobre la tierra ha caído / y de su herida la sangre ha brotado. / Era un rojo brillante, chispeando estrepitoso, había negro también allí donde se coagulaba. / Una bolsa de sangre que era España. El cielo azul la ha cubierto, muy pálido. / Cuando se miraban había relámpagos violetas. / La música eran celos, y en la paz del azul reinaba la cólera del rojo. / España divina, dolor y rojo". Por primera vez, estos diarios inéditos del mago del azul verán la luz en la ciudad que los inspiró. En estos cuadernos se intuyen las claves del futuro pintor.

En Madrid, un Klein hiperactivo se enfrentó a sus dos obsesiones, buscar un trabajo y encontrar un gimnasio donde practicar yudo, su gran afición. También estudia filosofía: "He acabado mi curso de filosofía y lo he enviado a París. Es decir que si no está demasiado mal hecho habré concluido en fin algo bien definido en mi vida". En su diario, Klein comenta que a su amigo Joaquín no le han gustado nada sus pinturas, y escribe: "Voy a realizar un paisaje de Toledo, a ver si así lo entiende".


Por fin, en 1955, Yves Klein presenta su obra Yves: pintures en el Club des Solitaires, en el barrio más elegante de París. La crítica sólo ve en él al chico que han conocido en los salones de su madre, pero no entienden su obra. Su pintura es todo color, no existe la línea. Es un Rothko antes de Rothko. Su madre no acierta más que a decirle: "Estos colores distintos combinan bien..." Un Yves Klein colérico contesta: "No has entendido nada".

Le quedan siete años de vida y de pintura. A partir de su primera exposición, su actividad es enloquecedora. Todo en Klein es espectáculo. Para que el mundo comprenda su obra, él sabe que tiene que ser cada vez más provocador. Se sitúa en la vanguardia de los happenings. Pinta cuerpos desnudos de mujeres de azul. Controla los medios, la difusión. Él hace lo que sus padres no supieron: "No entiendo cómo mi padre puede quejarse de su posición en el mundo del arte si nunca ha hecho el esfuerzo de entender el mundo en el que vive".


Yves Klein tuvo una carrera artística corta, ocho años. Murió al poco de casarse, en junio de 1962, a los 34 años, de un infarto. Circulan leyendas acerca de si su muerte se debió a la inhalación de los productos químicos con los que pintaba. Pero en realidad la causa fue su ritmo de trabajo, agotador. "Las sesiones de trabajo eran extenuantes", dijo su mujer. En agosto de 1962 nació su hijo póstumo, Yves Klein, su última obra.

Blanca sale del laberinto

Ha vivido a tope, pero ha sabido frenar antes de estrellarse. Blanca Romero, ex modelo, ex esposa de torero, ex cantante sin éxito, sorprende en el cine con un personaje atrapado por las drogas, el sexo y la soledad. Tras pasarse la vida huyendo, ¿ha encontrado su sitio?

"No buscan nada, ni siquiera divertirse, es el sinsentido permanente", explica ella sobre unos personajes con los que dice sentir ciertas conexiones. "En la película, todo es muy extremo, pero conozco la noche, y desde luego tengo amigos que están así. Vivimos solos, muy solos; nos dicen que hay que tener éxito, pero nadie nos avisa de lo solo que te quedas. Todo muy guay y muy divertido, pero muy patético también. Yo frené, y aunque forcé la máquina, me quise más que estos tres personajes; para ellos, nada funciona, viven en la insatisfacción permanente".

Blanca Romero habla con una extraña mezcla de confesión y desapego. Tantea el terreno con ayuda de su intuición, es confiada y buena, pero cuando le sale el mal genio es capaz de liarse, literalmente, a tortas con la valla de un parking público. "Fue entonces, después de la separación, cuando dejé a mi hija en Asturias con mis padres y me rapé la cabeza". Un gesto simbólico, de evidente autolesión, que ella justifica: "Cuando me afeité la cabeza perdí muchos trabajos, pero no me arrepentí. Estaba en un momento crítico de mi vida y no me gustaba nada de lo que me ocurría. Sin trabajo, con todas las puertas cerradas, con una imagen nefasta, sólo había alcanzado una meta horrorosa de la que no culpo a nadie. Mi vida se había detenido y estaba desesperada. Me afeité la cabeza y me liberé".

"Después de tanto tiempo, las piezas empezaron a encajar, tenía trabajo, podía mantener a mi hija y podía volver a vivir con ella". Ella cree que es actriz "por intuición, por coherencia y por sentido común". "Y porque tengo mucha vida", añade. "Yo no estudié interpretación, pero nunca me he olvidado de vivir, y si un actor necesita algo es vida, para entenderla y contarla. Para mí, interpretar no es algo ortopédico, sino algo muy natural".

Su trabajo en After sólo es el principio. Un personaje demasiado al límite, que mendiga cariño en una noche en la que nadie está dispuesto a darlo. Ana, ese personaje, pasa la noche aferrada al móvil, esperando una llamada que, por supuesto, nunca llega. El sexo como antídoto desesperado del amor que nunca ocurre y un perro herido y perdido que se cruza en su camino. "Sufre muchísimo, no tiene ninguna paz y sueña con un príncipe azul que la salve de tanta autodestrucción. Pese a todo, hay cosas que no puedo entender de ella, y por eso interpretarla me hizo más daño del que pensaba".

Blanca Romero tiene una casa en el monte Deva, ha tardado cinco años en construirla, y de todos sus ideales es el único que se mantiene en pie. "La he hecho muy poco a poco. Voy allí para perderme en el monte, para bajar el río. Me criaron en el campo y es allí donde encuentro mi calma y mi fuerza. Desde niña he soñado con esa casa. Puedo caminar horas por el monte, y es allí donde me quito la tristeza, las tonterías que tengo en la cabeza y que me distraen. Allí estoy sola con mis sueños y allí me creo que puedo alcanzarlos".

Le gusta pensar que la vida nos pone a todos en nuestro sitio y que es mejor luchar siempre que creerse definitivamente algo.

El espectro radioelectrónico por Juan José Millás

El levantamiento del sumario del "caso Gürtel" ha destapado conversaciones telefónicas que podrían aclarar supuestas corrupciones del PP y que confirman sus formas y dudoso gusto.

Yo tendría que morirme diez veces y volver a nacer para comerle la polla a un amigo, dice uno. Doy instrucciones ahora mismo de dónde debe estar el dinero, dice el otro. Entre mañana y el viernes te doy lo que te falta, añade el primero. Necesito que le digas al presidente que éste es un hijo de puta, responde el segundo. Tenemos que hablar de lo nuestro, que lo nuestro es muy bonito, exclama éste. Claro que sí, amiguito del alma, manifiesta aquél. Todo en dinero B, tanto al año, y que no lo sepa fulano. Lo tendrás listo a primera hora. Me voy a hinchar. Ahí hay pasta para todos. Me han dicho que 1oo.ooo. ¿Por qué le tenemos que regalar 5o.ooo euros al tuerto?

Tú vas por la calle tan tranquilo y es que ni se te ocurre que por encima de ti se teje todo el rato un tapiz enorme de palabras y de frases y de diálogos que atraviesan el espectro radioeléctrico a una velocidad endiablada. Si estas palabras que viajan de teléfono móvil a teléfono móvil no fueran invisibles, formarían sobre nosotros un techo de mierda que haría de la Tierra un lugar inhabitable. Ahora bien, piensa uno que por muy invisible que sean, algo influirán sobre el estado de ánimo de los transeúntes (sobre todo, de los transeúntes de Valencia), del mismo modo que si se come uno la piel de un pollo hormonado le crecen las tetas o si respira humo le sale cáncer. Por eso mismo, un servidor de ustedes, cuando habla con alguien por el móvil, procura no parecer un gángster, al objeto de no contaminar. Si todo el mundo hiciera lo mismo, quizá la gente andaría menos crispada por la calle.


Sufrimos las consecuencias de la pésima actitud de dos hombres mal sentados

La bandera, si es que significa algo, resume precisamente la historia entera de una nación. No hay una bandera de Bush y otra de Lincoln. Era la misma para George Washington que para Martin Luther King, la misma en Irak que en las playas de Normandía.

Otro tanto cabe decir de un ejército. Los soldados que presentan armas en un desfile no han decidido ninguna acción de guerra, eso lo hacen los políticos. Los soldados sólo arriesgan la vida y la salud mental en ella, son los que mueren y matan, que es como morir dos veces, entre intereses económicos y geopolíticos que se les escapan. Eso es algo que un presidente o candidato debería saber también antes de utilizar una parada militar para sus propios fines electorales.
Yo puedo pensar, como otros muchos, que mejor nos iría sin banderas, sin ejércitos, sin guerras y hasta sin presidentes (y puede que sin naciones), pero yo y esos otros muchos no hacemos carrera a la presidencia, ni nos presentamos ante los demás como el santo grial de la solución de los problemas colectivos.

Winston Churchill pasó algunos de los momentos más difíciles de la historia en pijama, con un puro y hasta con un Dry Martini en la mano, pero en privado. Era su versión del descanso del guerrero. En público y frente al mundo, su inteligencia y su elegancia sujetaron buena parte de lo que entonces se llamaba el mundo libre.

Asumir responsabilidades enormes es un trabajo complicado, pero no es mucho pedirles a quienes en el futuro deseen proclamarse candidatos para tan nobles tares que, al menos, aprendan cuándo y dónde y, sobre todo, cómo sentarse.

Sentarse bien es importante. La manera en la que un individuo se sienta dice mucho de su disposición, de su interés, de su respeto. Solemos decir que los mandatarios se agarran al sillón o a la poltrona, pero esto, siendo grave, no es tan preocupante como lo mal que se sientan. Si a los críos, en la clase o en la mesa, les exigimos una postura acorde a la ocasión, cuánto más abría que exigir a aquellos que desempeñan o aspiran a desempeñar responsabilidades de Estado. Revisando ahora las imágenes de las sentadas más catastróficas en nuestra relación con nuestros aliados y amigos norteamericanos, resulta evidente (aunque evidente con demasiado retraso) por qué algunas personas no están del todo capacitadas para asumir las enormes responsabilidades para las que ellos mismos se ofrecen con más ambiciones que cordura.

En la tristemente famosa foto del rancho de Tejas, vemos a José María Aznar francamente mal sentado. Los pies en la mesa, el puro en la mano, la sonrisa autosatisfecha; en fin, la peor de las actitudes cuando uno de dispone a mandar a sus soldados a una guerra que, necesaria o no, eso ahora da lo mismo, significará la muerte, el dolor y la penuria para miles de seres humano, propios y ajenos, militares y civiles.

Todas las guerras son monstruosas, y algunas, por desgracia, inevitables, pero con independencia de que guerra se trate, la guerra es un asunto muy serio. Un asunto que requiere poner los pies en el suelo, tesar la espalda, asumir los gestos del desastre.
Uno se imagina que un presidente del Gobierno debería saber al menos eso, pero no. Se ve que algunos han suspendido en historia, antes que en idiomas, sin que eso les haya pasado factura a la hora del examen final en el cursillo acelerado de máximo mandatario.

La otra foto famosa, la del entonces candidato Zapatero sentado al paso de la bandera de EE.UU., demuestra también una falta de postura, cultura y, por qué no decirlo, educación a secas, que hacen difícil de entender cuál es la razón última que lleva a cierta gente a pensar que ellos son o deberían ser los elegidos para los altos de más alta exigencia.
Uno se imagina que un presidente o candidato a tal, sabe distinguir entre Estado y Gobierno, entre circunstancia e historia.

Tampoco vendría mal aplicarse un poquito con los idiomas...

Perdonen que no me levante

"Hace cinco años que vivimos juntos, nos ha casado el sheik [autoridad religiosa], aunque el matrimonio no es válido oficialmente". Se me encogió el estómago. ¿Es bueno contigo? "Muy bueno, muy bueno. Y para una mujer como yo resulta difícil vivir sola". Tiene razón. Cuántas filipinas no sn víctimas de un chulo libanés que las obliga a prostituirse. En el servicio doméstico no son las peor paradas -hay un gran reportaje a hacer sobre la práctica esclavitud de las inmigrantes en Líbano; pero como no se trata de atentados ni de escabechinas guerreras, a nadie le importa-, porque son las que llegaron antes y han espabilado, a causa de muchos sufrimientos. Buscan y prefieren europeos para trabajar. Aunque hay excepciones -es increíble lo fácilmente que se adaptan muchos a la perversidad local-, en general somos justos con ellas.
Fuerte como un toro, esta mujer, Ginkie, trabajó en mi casa, con la ayuda de su sobrina Joy, un suspirillo de chica, hasta que un mediodía se sentó en la cocina y dijo "Uf, creo que estoy cansada". Parió día y medio después.
Es una niña y se llama Yara. Le pregunté a Ginkie por el significado del nombre y manifestó ignorarlo, pero una amiga de Facebook me ha informado de que quiere decir "la señora" y es de origen tupí.

Ahora mismo, Yara duerme como una señora en mi cama. Su madre la ha colocado en el centro, rodeada de cojines, y entretanto trabaja como siempre pero a ritmo lento. Está muy feliz. A mí, esa diminuta presencia de ojos achinados y rostro sonriente como el de su madre -los dedos de manos y pies, alargados; será alta como su padre, dice ella- me produce una extraordinaria placidez. Parece como si irradiara paz desde su dormitorio. No sabe nada, no conoce nada. Se limita a sentir. Es ajena a la maldad de este mundo, también a su bondad. Si tengo algo de tiempo por delante y este país no se tuerce demasiado, la veré crecer.

La zona fantasma y los robos presentes

No se puede jurar, así pues, que en su juventud, nuestros padres no hubieran caído en la tentación de robar con el ordenador, de haber existido éstos entonces. Pero lo cierto es que conozco a numerosas personas esencialmente honradas que se descargan sin ningún problema de conciencia cuanto les apetece ver, oír, y de aquí a poco leer. Que no se dé tal problema de conciencia, -sabiéndose que no solo se hurta a la "industria cultural", a menudo abusiva, sino también a los creadores, a diferencia de lo que ocurría con los robos artesanales del pasado- se debe sobre todo a dos creencias disparatadas, desvergonzadas y nuevas, a saber: que "la cultura es de todos" y que "debe ser gratuita". A arraigarlas han contribuido más que nadie los demagógicos Gobiernos actuales, con los españoles a la cabeza (nuestro país es, tras China, el segundo del mundo en número de descargas ilegales): Aznar y Zapatero han contraído una monstruosa deuda con los artistas en general. La práctica de bajarse lo que a uno le plazca, sin peligro, sin coste las más de las veces, está ya tan arraigada, en efecto, que difícilmente tiene vuelta atrás. No es sólo que los Gobiernos no hagan nada para proteger la propiedad intelectual, o que, si toman tímidas medidas (como en Francia), los jueces se las echen abajo. Es que si a estas alturas lo intentaran -castigaran con fuertes multas las descargas, por ejemplo, no digamos el almacenamiento en los discos duros-, habría una rebelión. Ya muchos internautas se ponen como fieras en cuanto se habla de regular o controlar un poco ese no-mercado. Se ha permitido que la gente se acostumbre a lo que no lo estuvo ninguna generación anterior: a disfrutar de los productos culturales sin soltar un céntimo, a apropiárselos con impunidad y a que además esa gente crea, incomprensiblemente, que tiene "derecho" a ello. Es seguro que ya no se va a desacostumbrar.

Por tanto no veo solución al problema, que nuestros irresponsables Gobiernos han dejado madurar hasta la pudrición. Pero sí preveo lo que, puestas así las cosas, puede pasar. Quienes hacen obras artísticas, buenas o malas (escritores, músicos, cineastas), ya han estado discriminados siempre respecto al resto de la sociedad: lo que crean o inventan, lo que es más suyo que cualquier bien adquirido por cualquiera, tiene fecha de caducidad y pasará a ser del dominio público un día, a diferencia de lo que ocurre con las propiedades de todos los demás: la gente lega sus casas, tierras, fortunas, negocios, de generación en generación. A ellos, en cambio, se les impone un límite -un extraño castigo-, sin recibir envida por ello ninguna compensación. Ahora se pretende que ni siquiera cobren, mientras están aún en el mundo, de muchos espectadores o lectores que disfrutan de sus obras nada más aparecer éstas. Pero no viven del aire: como todo vecino, pagan un alquiler, la comida, el calzado y la ropa, el transporte y todo lo que los internautas abonan sin rechistar y sin considerar que tienen "derecho" a ello gratis. La mayoría empieza a escribir o a componer por lo que antes se llamaba "vocación", sí, pero no van a seguir haciéndolo tan solo por vanidad. Hay internautas que preguntan a los creadores damnificados por sus hurtos: "Pero, ¿no te halaga que centenares de millares de personas quieran ver tu película u oír tu canción y que por eso se las descarguen?" Es como preguntarle a un jamonero si no le halaga que las masas le sustraigan sus jamones de bellota, de tan ricos que están. Lo más probable es que, a la larga si no a la media, ese gran jamonero cerrara el negocio y ya no hubiera jamón.

Esto es seguramente lo que va a pasar con la cultura y el arte. Dejarán de hacerse. Llegará un día en que ya no habrá más canciones ni películas ni series de televisión ni novelas nuevas, porque a ninguno les compensará dedicar el larguísimo tiempo y el enorme esfuerzo que supone crearlas para recibir muy poco a cambio. Los internautas no van a variar ya sus costumbres, bien está; pero conviene que sepamos que somos como los cazadores insaciables que extinguen una especie o como las empresas sin escrúpulos que deforestan y emiten CO2 sin cesar, y amenazan los recursos de la tierra. Poco a poco condenamos a muerte lo que tanto amamos, la cultura y las artes, sobre todo las independientes. Tal vez la única solución sea que los Estados asuman su irresponsabilidad y acaben por financiarlas, y ofrezcan al pueblo gratis lo que éste ya se toma del sector privado, que también desaparecerá. Pero, ¿qué clase de cultura será la que dependa de los políticos? Ellos decidirán quiénes las hacen y quiénes no, y también sus contenidos, más pronto o más tarde. Un modelo soviético, o en el mejor de los casos mexicano. Un modelo dirigido, burocrático, politizado, funcionarial, en el que se premiará a los dóciles y a los amigos del Gobierno de turno, los únicos facultados para escribir libros y hacer cine o televisión. Dudo que los internautas deseen bajarse mucho de semejante producción. Nadie nos va a alterar ya nuestras costumbres adquiridas y consentidas, pero no está de más que sepamos hacia dónde vamos, más que nada para que luego sepamos lo que hay si se nos ocurre quejarnos o protestar.




NOTA:

La verdadera inquietud no viene de los autores, aunque la SGAE se haya encargado de meterles el veneno de la protesta en la vena de sus intereses; ni de los intérpretes, que cobraron su salario al acabar la película; ni mucho menos de los técnicos que lograron la calidad del sonido o de la película o de la encuadernación en el caso del libro. La verdadera inquietud se genera en los distribuidores y demás intermediarios, que son los que engordan los precios de las obras en el mercado y, por tanto, los verdaderos perjudicados por esta práctica. Propongo una rebaja en los precios de los bienes culturales a niveles donde el beneficio sea exclusivo de los autores, técnicos y un beneficio razonable para el vendedor, transportista y otros participantes del pastel. Veremos si cuando un disco de moda y calidad valga en el mercado seis u ocho euros, los internautas se molestan en pasar horas bajando música que, no nos engañemos, tiene peor calidad que el soporte original.

 
Sí, todo lo expuesto anteriormente son las consecuencias derivadas de nuestros irresponsables actos al robar la propiedad intelectual de personas que trabajan incluso jornadas más largas que las de cualquiera, y que después nos ofrecen el resultado de ese trabajo para nuestro deleite. Pero con 9oo euros de sueldo, alguien nunca hubiera podido deleitarse y... también tienen derecho a aprender y culturizarse. Porque la cultura y el deleite siempre han sido para unos pocos privilegiados que se lo han podido pagar. No dejemos la responsabilidad de ese problema sobre las cabezas de quienes se las parten para llegar a fin de mes mucho más precariamente que todos los pobrecitos intelectuales que pueden pagar holgadamente sus impuestos, su calzado, su cultura...


Escalera interior; palabras de amor

Él ya sabía como iba a ser todo esto. No pudo ocurrir así, era imposible y, sin embargo, ella no podía pensar en otra cosa mientras el tren la llevaba de vuelta a Madrid. Él ya sabía cómo iba a ser todo esto, ya había calculado el dolor, la forma y el tamaño de la herida antes de prever la inconcebible dulzura del momento más amargo. Y sabría también que eso nunca es verdad, que lo peor siempre empieza al día siguiente, y ni siquiera ese día exactamente, porque es pero el que viene detrás, y aún más el que le sigue, y el otro, y el otro... La muerte es un instante, aterrador, injusto, atroz, cruel, brevísimo. La memoria del amor es, a cambio, tan larga como la vida de los que sobreviven.


- Y te voy a decir una cosa: esto no se va a quedar así... -le había dicho ella a él tantas, tantas veces-. Ahora mismo voy a escribir un artículo, voy a escribir una carta, voy a llamar por teléfono...
- Claro, claro, pero ahora mismo no. Mejor, pasado mañana -le contestaba siempre-. Tú espérate hasta pasado mañana y, si sigues igual de cabreada, hacemos lo que tú quieras. Pero pasado mañana, ¿eh?

Él lo sabía todo, y que sus arrebatos de furia nunca duraban cuarenta y ocho horas. Ella, que había aprendido tanto de él, recordaba aquel aplomo en el tren que la devolvía a Madrid, y una vez más, entonces quizás más que nunca, le dolía haberle perdido. Porque él ya sabía como iba a ser todo aquello. Porque ni siquiera en el último momento había dejado de cuidar de ella, de los demás, de todos, de todo.

Había dejado una gran cantidad de instrucciones, órdenes, listas, protocolos, en notas escritas a mano, cuando aún podía ir a trabajar y cuando ya no podía levantarse de la cama. Palabras de amor. No me gustaría morirme en agosto, le había dicho a su oncólogo, porque le fastidiaría las vacaciones a todo el mundo. Tampoco me gustaría morirme antes que mi madre, porque le daría un disgusto enorme, a la pobre, así que mira a ver lo que puedes hacer... Murió el 21 de septiembre, cuando a todos les había dado tiempo de volver a casa, morenos y descansados, dos meses después de enterrar a su madre.

Ya hemos hablado de la ceremonia, le escribió a uno de sus hermanos, el que oficiaría de anfitrión en una despedida sin rezos y sin cruces. Así que ya sabes que me gustaría que hablaran este, ese y aquel, que sonara esto antes, durante y después, y que esto fuera así, y que aquello fuera asá... Cuando todo terminó, ella comprendió que también sabía quiénes estarían allí, cuánto sufrirían los que más le importaban, y que lo había hecho todo por ellos, para ellos. Y se sintió una vez más orgullosa de él al comprobar que, por salirse con la suya, había logrado que su funeral, estrictamente civil, fuera tan solemne, tan emocionante, tan conmovedor como la más suntuosa de las ceremonias religiosas.

No sufráis por mí porque he sido un hombre muy afortunado, con una vida privilegiada, y si me dieran la oportunidad de reencarnarme, escogería volver a ser yo, con algunas mejoras, eso sí... Cuando alguien pronunció en su nombre esa despedida, ella, que estaba desolada, sonrió, porque nunca habría podido imaginar un epitafio mejor para él. Y le admiró tanto en aquel instante, admiró tanto su manera de marcharse, de seguir siendo él mismo, entero y poderoso, fuerte, íntegro y elegante hasta el momento de su muerte, que pensó que si la Parca existiera, si fuera de verdad una mujer, habría caído rendida entre sus brazos. Así encontró un extraño consuelo en su desconsuelo. No un alivio para su sufrimiento, sino la certeza de que era justo, de que merecía la pena sufrir aquel día, y el siguiente, y al otro, el resto de los días de su vida, por la ausencia de un hombre como él.

Después, algunos de los que estaba por allí, de los que habían ido por cumplir, hasta por cotillear, se la quedaron mirando con extrañeza. Ella se dio cuenta. ¿Y a ésta, qué le pasa?, parecían preguntarse, un poco asustados incluso, si no era su mujer, ni su amante, ni su hija, ni su hermana... Menos mal que, en condiciones aún menos propicias a la comprensión de los transeúntes, un escritor cubano de ojos azules estaba sollozando al mismo ritmo.

El amor, como todas las cosas raras y preciosas, es un asunto extraño. E inspira amor verdadero, amor del bueno, cuando no existen lo que las convenciones definen como una historia de amor, cuando no hay vínculo familiar, relación sexual, ningún condicionante sentimental previo, sólo está al alcance de unos pocos seres extraordinarios, tan raros, tan preciosos como el propio amor.

Qué duro va a ser vivir sin ti, pensó ella al subirse a aquel tren. Y cuando se bajó, en Atocha, su vida era ya un poco más dura que al emprender aquel viaje.



Ser negro en España

Hace poco, Marcia Santacruz, una colombiana de 32 años y sonrisa expansiva, se encontraba tomando una copa de vino con varias amigas españolas. Todas muy educadas. Gente de bien. Desgranaban una conversación interesante sentadas en el sofá, cuando, de pronto, la tertulia dio un giro inesperado. Una de las españolas tomó aire y dijo: "Marcia, es que tú no eres tan negra. Quiero decir, que no eres como los negros de África. Ni siquiera vistes como ellos". Sorpresa. Marcia es del color del chocolate. De piel tersa y refulgente. Negra como su padre y su madre. Negra como sus abuelos. Pero, al parecer, en España, la ropa, los estudios y el dinero determinan el nivel de melanina. Matizan el tono de la piel. Esta afrocolombiana, que llegó a Madrid para estudiar un master en la Administración Pública, dice: "En el imaginario de los españoles un negro es sinónimo de trabajo doméstico. De pobreza e ilegalidad. En su inconsciente piensan que no puede existir una negra latina que les hable de Sartre". Aunque exista.

España no es un país abiertamente racista. No tiene un partido xenófobo con representación parlamentaria. Ni expresa un rechazo evidente hacia el negro, salvo por parte de grupos marginales de ultraderecha. Lo nuestro es el rechazo que los psicólogos llaman "sutil". Un racismo torpe y cotidiano. De andar por casa. Instalado en la mirada. El del clásico comentario: "Yo no soy racista, pero...". O el del dependiente que despacha a un negro el primero para que abandone la tienda cuanto antes. Un racismo igualmente dañino, según los expertos. Propio de un país en el que los negros han pasado de ser un elemento singular y exótico a formar parte de un mismo saco que se percibe con cierta inquietud: el inmigrante. Aquí no existe un Barack Obama ni una Oprah Winfrey. No hay demasiados referentes de éxito. Ni hemos transitado el camino de la lucha racial. La presencia negra es reciente.

Por suerte, no contamos con un censo étnico; la diferencia racial no aparece en el DNI. Pero la cuantificación de una minoría puede mirarse a través de otro prisma. Sobre todo si la iniciativa parte de la propia minoría. Supone la primera piedra de su visibilidad. Un dato que dice: "Somos una comunidad en crecimiento. Aquí estamos. Tenednos en cuenta".

Lucía forma parte del Alto Consejo de las Comunidades Negras. Dice que ella podría pasar por londinense, por parisiense, por europea. "Pero aquí es difícil que te acepten como negro y español". A ella le irrita profundamente que, cuando conoce a alguien, enseguida le preguntan: "Y tú, ¿de dónde eres?". Como si no pudiera haber nacido aquí. Como si un español-español de pura cepa tuviera que ser, a la fuerza, blanco.


Miquel-Angel Essomba, un catalán de 38 años y de padre camerunés, director de la Unesco en Cataluña, se hacía la misma pregunta hace poco, mientras caminaba por Ámsterdam y era entrevistado por teléfono ara este reportaje: "Voy por la cale y, de verdad, aquí no veo una cara igual. Ni se me ocurre parar a alguien y preguntarle: ¡Oye, tú de dónde ere?'. Se me quedaría mirando con cara de pato". Ámsterdam es una e las capitales del mestizaje en Europa. En torno al 5o% de su población es de padres extranjeros; los blancos son minoría, según el experto holandés en discursos racistas Teun Van Dijk, profesor de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. "En España, el fenómeno de la inmigración es más reciente", continuaba Miquel-Angel Essomba en su paseo. "Y para la normalización se necesita el paso de una generación. Hay cosas que sólo las cura el tiempo".


El tiempo es una condición necesaria. Pero también hace falta contacto y cooperación en condiciones de igualdad entre quienes se perciben distintos. Fernando Chacón, profesor de psicología social de la Universidad Complutense de Madrid lo explica a través de un experimento social realizado en Estados Unidos en 1936. Se organizó un campamento de verano con chicos de barrio. Desde el principio, los monitores dividieron a los chavales en dos grupos, sin distinción de razas. Se les dieron elementos distintivos. Un color, una bandera. Luego se introdujeron juegos competitivos entre ellos. Si querían conseguir algo, tenían que superar al otro equipo. Los recursos eran escasos. Un tuyo o mío. El prejuicio y la distancia entre los competidores se fue agravando. Los de un grupo acabaron asaltando las instalaciones del otro. Hubo pelea. Entonces, se dio un giro en la dirección del campamento. Se les dijo a los chicos que no había agua. Que si querían conseguirla tendrían que unirse para cavar una zanja y canalizar el bien necesario. Un "juego colaborativo" en el que todos eran iguales y perseguían un objetivo común. El contacto y la cooperación fueron limando asperezas. Desapareció la rivalidad. Fin del experimento.

Fernando Chacón añade a su explicación que el prejuicio y la discriminación son procesos muy básicos. De origen biológico. En estrecha relación con la autoestima y el autoconcepto de uno mismo. Con la pertenecia al grupo como extensión de la personalidad. "Los que inicialmente se consideran distintos, se incluyen a sí mismos en una categoría superior", asegura este profesor. "La única forma de superar el prejuicio es, por tanto, la recategorización". Es decir, pasar de ser "un niño negro" o "un niño inmigrante", por ejemplo, a "un estudiante de primaria", sin que el color suponga un elemento identificador. Y ahí es donde el contacto y la cooperación juegan un papel clave. Permiten el conocimiento mutuo.


Las estadísticas del Centro de Estudios sobre Migraciones y Racismo (Cemira) muestran una radicalización de las posturas racistas entre los jóvenes. En una encuesta realizada a más de 1o.ooo estudiantes de13 a 19 años, un 21'6% respondió en 2oo8 que, si de ellos dependiera, echaría del país "a los negros de África". En 1986 sólo respondió afirmativamente a esta pregunta un 4'2%. Y la tendencia desde mediados de los ochenta ha sido siempre al alza, aunque con altibajos.

A Sidibé Moussa, un maliense de 37 años, le preguntaron en una ocasión si era verdad que los negros practicaban el canibalismo. "Las imágenes y los mensajes que se transmiten sobre nosotros, de guerra y pobreza extrema, influyen en la forma que tienen los españoles de vernos", dice. "La población piensa que somos unos salvajes. Se basa en discursos que nos tachan de delincuentes. Y nosotros tenemos que ir demostrando que no es así". En el último informe sobre España de la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia, elaborado por el Consejo de Europa, se señalaba con preocupación un dato del Centro de Investigaciones Sociológicas: el 6o% de la población realiza una sinapsis entre los conceptos "inmigrante" y "delincuencia". "En todas partes hay buena gente y mala gente", dice, "pero si te comportas y te integras, desaparece el problema.

Moussa Kanouté, un compatriota que cruzó el estrecho en 1995 acurrucado en la panza de un camión, tiene otra perspectiva. Dice que el racismo, que ha sufrido a pedrada limpia en Roquetas de Mar (Almería), es un mal endémico. "Algo que no se puede terminar. Está desde el principio de los tiempos. Pero se puede mejorar". Moussa vive en el extrarradio de Madrid. A veces, cuenta, se siente un poco español. Catorce años aquí son muchos años. Se exalta viendo jugar a la selección de fútbol, por ejemplo. Si marca un gol, lo siente un poco suyo. Entonces algún español (blanco) le mira con el gesto agrio. Luego pregunta: "¿Qué haces celebrándolo con nosotros?". Y en lugar de levantarla, el negro agacha la cabeza.

¿Quién es el camarero?¿Quién el médico?¿El inmigrante ilegal?¿Y el policía? Todos están aquí, entre nosotros. ¿Y si les quitamos el "uniforme" para mostrarlos tal cual, sin prejuicios añadidos? Son sólo un puñado de los 7oo.ooo descencientes de africanos que viven en España. Llevan la diferencia en la piel. Los vemos cada día pero ¿les conocemos? Ésta es su historia. a de su lucha contra el recelo blanco. Y la de su orgullo de ser quienes son.


JEAN LUCKSON COMPÈRE Y SU HIJA RITA
Todavía hay quienes se sorprenden al ver una bata blanca y un médico negro. "La piel, el color, guía a la gente. La aceptación es un proceso que lleva su tiempo", dice Jean Luckson, de 33 años. Se formó como médico en Cuba, después de abandonar su Haití natal. Llegó a España becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores a estudiar un doctorado en medicina preventiva. Su filosofía: "Entiendo que la vida no es sólo venir a un país extranjero y contemplar. Tenemos que aportar cosas. Y si queremos que mejore la situación en nuestro país, también debemos volver y poner a prueba lo que hemos aprendido". Se casó con una española (blanca) hace dos años. Se les cae la baba con su hija del color del café con leche.


LUCÍA ASUÉ MBOMÍO
Lucía es reportera del programa 'Españoles por el mundo' (TVE).
Se crió viendo a su padre saludar a todos los negros por la calle. De niña iba con su familia a Barajas cada semana, el día que aterrizaba el avión de Malabo, para recibir noticias.
Su padre, profesor ecuatoguineano, solía decir a sus alumnos: "¡Me estáis poniendo blanco!".
Y su madre, blanca, le daba tirones cuando le peinaba la melena afro. Tiene 28 años y sigue saludando a casi cada negro que se encuentra. Y dice que en España tenemos un 'negrómetro'.
Cuando trabajaba gestionando una bolsa de empleo, llamó una señora buscando una empleada del hogar. Lucía propuso a la candidata. La señora preguntó: "¿Es negra?". Sí. "¿Pero cómo de negra?".
Eso es el 'negrómetro'.


MARCIA SANTACRUZ
Esta psicóloga colombiana, especializada en la emancipación y la lucha de las minorías en su país, percibe un doble estigma en España: "Aquí no solo eres negro, que ya es sinónimo de pobreza. Un negro es además inmigrante. Y esto le añade un matiz aún más peyorativo". Marcia, de 32 años, fue becada para estudiar un 'master' en Gobierno y Administración Pública en Madrid.
Dice que volverá a Colombia y seguirá haciendo visibles a las minorías


MOUSSA KANOUTE
Cruzó desiertos y fronteras. Dejó su huella en cinco países desde que salió de Malí. Entró en España por Melilla. Era 1995. Se escondió en los bajos de un camión. Apareció en Málaga. Allí le detuvieron. "Tenía una orden de expulsión, pero alguien me dijo: 'Necesitamos mano de obra'. Y me quedé". En España ha hecho de todo. De la construcción a la agricultura. Con y sin papeles. Hoy tiene 38 años, una novia española y se ocupa de ordenar los carros en un hipermercado.


LORENZO BACALE
Hay un personaje querido en San Sebastián: Lorenzo Bacale, policía municipal durante 33 años. Vino a España en 1965, cuando Guinea Ecuatorial era aún provincia española. Estudió ingeniería en Jaén, pero perdió su beca, se mudó al norte, y se puso a trabajar de linotipista en un periódico. Después se presentó a las oposiciones de Policía Local, aprobó, y se casó con una salmantina. "Nunca he tenido un problema por ser negro. Si acaso, por poner alguna multa". Elegante y espigado a sus 63 años, ha escrito varios libros: 'Visite Guinea Ecuatorial'; un diccionario de fang y euskera; y otro de fang y catalán

SANTIAGO ZANNOU
El 1 de febrero alzó una efigie de Goya, y dijo que su película 'El truco del manco', por la que acababa de recibir el premio de la Academia del Cine a la dirección novel, hablaba "de superar barreras". Unos meses después, este hijo de beninés y aragonesa, de 32 años, dice: "Me voy a poner en plan racista. Lo que necesitamos en España, más que un reportaje sobre negros -que también- es repartir premios, como hacen en Estados Unidos. Premiar al negro del año". Ahí deja su propuesta el negro del año.


BACK SENE
Back se casó en 2004, en Senegal, con una mujer española que andaba por allí de vacaciones. Y se mudaron a España. Es secretario de la Asociación de Senegaleses y uno de los organizadores del Mundialito de la Solidaridad, un torneo de fútbol de selecciones de inmigrantes. Tiene 35 años, habla francés, castellano y wolof, y prepara oposiciones a maestro de secundaria. Mientras, trabaja en un 'catering' y cuenta: "Nuestra brigada de camareros parece la ONU". La abuela de su mujer suele decirle:
"Sólo tienes un defecto. Tu color".


SANCOUMBA BAMBA
Ha hecho el camino de muchos inmigrantes: pisar España gracias a la reagrupación familiar. "Cuando llegué de Mali para reencontrarme con mi marido, creí que me pondría a trabajar enseguida. Y no fue así. Halló un hueco en una empresa de limpieza. Ahora es cocinera y el plato que mejor le sale es la sopa castellana.
Tiene 29 años y sus tres hijos han nacido aquí.


AWA CHEIKH MBNEGUE
Vino en avión sola a buscarse la vida. Después de trabajar de chica interna y externa, como ayudante de cocina en el "típico bar español" y abrir el primer restaurante senegalés de Madrid para todos los públicos (servían alcohol), Awa se reinventó el día en que llegó su hija a casa y dijo: "Hay unos niños africanos en la puerta del supermercado". Eran menores tutelados por la Comunidad de Madrid. Habló con ellos y le llamaron "Mère" [madre en francés]. Awa, de 36 años, es la educadora social de la ONG Colectivo La Calle. Una madre para los adolescentes que vienen en cayuco. También preside la Asociación de Senegalesas en España. Y de su relación con los españoles dice: "
A los negros aún nos miran como a bichos raros".

NOTA:
Aunque digan que el racismo se produce sólo por parte de los blancos hacia los negros, también ocurren casos al contrario, negros racistas hacia los blancos. De cualquier manera, debemos evitar estas situaciones, ya que solo existe un mundo que todos debemos compartir.



La alargada sombra de Rusia; la herida chechena

La extensión del terror no tiene nada de estalinismo. De los 74 casos de desapariciones, o más bien de detenciones, ocurridas entre enero y junio que ha calculado Memorial, 57 fueron liberados, aunque la mayoría torturados. Cuatro fueron ejecutados y doce "desaparecieron sin noticias", lo que significa que también fueron asesinados. Dieciséis casos en seis meses. Es una cifra que está lejos de los casos de los primeros años de guerra e incluso del periodo de Alkhanov. ¿Tiene algún sentido hacer este tipo de comparaciones? Kadyrov acusa de forma regular a Memorial de ver solamente el lado negativo de las cosas, de no querer ver el positivo, la reconstrucción y el desarrollo. Para Memorial, tanto en Chechenia como en Rusia, donde el régimen actual es maestro en el arte de callar a una gran mayoría matando de forma selectiva y controlando el acceso a una información real, la reconstrucción y el desarrollo no pueden basarse en los asesinatos, en la tortura y en el terror. Ramzan y su maestro de Moscú saben perfectamente que para mantener el miedo se necesitan solamente unos cuantos casos. En Chechenia, la gente puede odiar a Ramzan en casa y quejarse con los amigos sin correr ningún riesgo. Pero ay de aquellos que se oponen a él en público y se convierten en sus enemigos, o los que tienen la mala suerte de conocer un poco a alguno de sus enemigos.

El año pasado, Natalia Estemirova, una de las principales activistas de Memorial en Grozni, se permitió criticar en la televisión rusa la política del velo de Kadyrov. Declaró que aunque ella se lo ponía por respeto cuando visitaba familias en los pueblos, no lo hacía en los lugares de trabajo, en la Prokuratura o en los ministerios, y que "el Gobierno no tiene que entrometerse en la vida privada de los ciudadanos". Unos días después, Ramzan la llamó diciéndole que le había insultado y amenazado. Le soltó que le excitaba el pelo sin cubrir y que si lo que pretendía era excitarle, entonce no era más que una puta y no una mujer. Según Memorial, a continuación le dijo: "Efectivamente, mis manos están manchadas de sangre. No me avergüenzo. He asesinad y continuaré asesinando a las malas personas. Luchamos contra los enemigos de la República". Al parecer, Natalia Estemirova era una mala persona, un enemigo de la República. El director de Memorial, Oleg Orlov, a quien conozco un poco, no es de esas personas que pierden los nervios y el sentido de la medida, así que, cuando leí lo que había escrito el día del asesinato, me di cuenta de la rabia y la amargura que le invadían: "Estoy convencido de a quién tenemos que maldecir por la muerte de Natalia Estemirova. Todos conocemos a ese hombre. Se llama Ramzan Kadyrov, presidente de la República chechena. Consideraba a Natalia su enemigo personal, le había insultado y amenazado. Lo que no sabemos es si él personalmente dio la orden o si lo hizo alguien de su entorno más próximo para complacer al jefe. Aparentemente, el presidente Medvedev está contento de tener un asesinato en uno de los territorios de la Federación Rusa". En su comunicado, Orlov dice que se siente culpable de esta muerte, pero sabe quién es el responsable. Y dice abiertamente lo que todo el mundo sabe: que Ramzan puede ser muchas cosas, pero sobre todo es un asesino.

Parece que el asesinato de Natalia Estemirova ha sido el detonante de una nueva espiral de terror muy peligrosa. El 8 de agosto, en una entrevista a Radio Liberty, Ramzan Kadyrov no paró de insultar a Estemirova declarando que ella "jamás tuvo honor, dignidad o conciencia", añadiendo, igual que hizo cuando Politkovskaia fue asesinada: "¿Por qué Kadyrov mataría a una mujer que nadie necesita?". La respuesta a esta pregunta retórica es simple: sin personas como ella capaces de informar a un periódico de las exacciones del régimen, la prensa extranjera e incluso la escasa prensa independiente moscovita no tendría ningún medio de recibir información fiable sobre Chechenia. Kadyrov ha iniciado también un pleito de difamación contra Orlov que se está celebrando en Moscú. Todo apunta a que va a ganar, por lo que Memorial aprovechará la ocasión para lanzar informaciones que habían guardado bajo llave con el objetivo de proteger a sus colaboradores chechenos.
El 1o de agosto, dos chechenos que trabajaban en acciones humanitarias, Zerema Sadoulaeva, directora de una pequeña ONG encargada de las prótesis y la rehabilitación de los jóvenes mutilados, y su marido y colega, Alik Dzhabrailov, fueron asesinados por las fuerzas de seguridad de Kadyrov. Una mañana, dos policías identificados vinieron a buscar a Alik a su oficina en la ONG. Zerema, embarazada de cuatro o cinco meses y preocupada por su marido, a pesar de que los policías afirmaban que se trataba de un control rutinario, insistió en ir con él. Unos minutos después, uno de los policías volvió a la oficina a coger los teléfonos móviles y el coche de la pareja. Al día siguiente, en un barrio de la periferia, se encontraron los dos cadáveres en el maletero del coche. El cuerpo de Alik mostraba signos de haber sido cruelmente torturado, el de Zerema, una cuchillada poco profunda en la espada, los dedos de sus manos crispados y pelo bajo las uñas. En cierta forma, estos asesinatos causaron mucha más conmoción entre la pequeña comunidad de defensores de los derechos humanos que trabajaban en Chechenia que el de Estemirova. Se sabía perfectamente por qué había sido asesinada. Se había opuesto a Ramzan y éste finalmente se deshizo de ella, o al menos dio luz verde a uno de sus esbirros que se había sentido amenazado por sus investigaciones. Pero nada de esto ocurría en el caso de Sadoulaeva y Dzhabrailov. La propia Zerema, conocida por todos en Chechenia con el nombre de Rayana, había sido una de las organizadoras de la marcha silenciosa de mujeres que intentaron cruzar Grozni para protestar por el asesinato de Estemirova, pero jamás se había metido en temas políticos o en asuntos peligrosos. Lo único que ella y su marido hacían era ayudar a los jóvenes niños, por lo que nadie podía entender por qué habían sido asesinados. Sin duda se trataba de una investigación operativa rutinaria, una investigación totalmente normal. La víspera de la detención, en la zona montañosa de Vedeno, un combatiente había salido del bosque y había dado dos nombres como precio por su rescate. Uno de ellos fue inmediatamente detenido, pero el otro se escondía bajo un nombre falso en una dirección que los hombres de Kadyrov desconocían. Sin embargo, Alik sí la conocía, y por ello fue detenido. Se resistió mucho antes de dr la información y, al final, le habían pegado tanto que trasladarle a un hospital o a su casa era complicado. Así que le mataron igual que se vacía a una papelera. Y a su mujer, quizá porque había visto demasiado. Eso era todo.
  • Kadyrov asesta con brusquedad su filosfía: "si el jefe es bueno, todos son buenos: los colegas y los subordinados". (Sobre el líder checheno Ramzan Kadyrov pesan acusaciones de asesinatos, abusos y tropelías).
  • La mayoría de los chechenos no ha olvidado nada, pero resulta evidente que para ellos todo va "mejor".
  • En este tercer año del reinado de Ramzan, nadie muere si no se lo merece. El jefe lo ha decretado así.
  • Para Kadyrov, el derecho a pegar y matar mujeres y niñas sirve para animar a los exiliados chechenos a retornar. 
  • El número de pérdidas militares federales confirma la idea de una rebelión que continúa activa.


NOTA:
Una noche soñé con Ramzan. Me encontraba tumbada en un enorme prado verde con una ligera pendiente, rodeado de árboles, quizá era un parque, y miraba el cielo. Detrás de mí, sobre mi cabeza, había una grúa azul y roja muy alta como las que hay en los puertos para los contenedores. Ramzan estaba en lo alto, en el extremo de unas vigas horizontales, desde donde tiraba al vacío, y de dos en dos, hombres atados entre sí, unos vestidos de uniforme y otros de civil. Los veía caer al suelo, arremolinarse unos encima de otros y después desaparecían de mi campo de visión, pero se estrellaban alrededor de mí causando un ruido sordo que yo escuchaba horrorizada, muerta de miedo. Mientras les veía caer pensaba que aún estaban vivos pero estarían muertos en cuanto tocaran el suelo. Había muchos hombres y Ramzan reía desde lo alto mientras los veía estrellarse. Después, cuando se encontró solo, saltó también, riendo a carcajadas al mismo tiempo que habría un paracaídas que le dejaría con suavidad en el suelo.