Favela Vila Aliança, zona Oeste de Río de Janeiro. Yashmina Barbosa, de tres años, revolotea en el parque alrededor de su abuela, Rosâlenga da Silva. La Bahía de Guanabará se oculta allá entre un mar de antenas. El paraíso de arena de Copacabana queda lejos. La niña, ajena, juega cerca de la cárcel de Bangú, a la que llaman "la fábrica de monstruos". Abunda la basura desparramada. Rosâlenga observa como el 14º Batallón de la Policía Militar acaba de aparecer. Y, de repente, su nieta yace en el suelo Todo sucede demasiado rápido. Un proyectil de 7,62 milímetros a 85o metros por segundo entra por la espalda de la pequeña. Cuando llega al hospital Albert Schweitzer, está muerta.
Un nombre/número que pasará pronto a las estadísticas/olvido. Otra víctima de las denominadas "balas perdidas", proyectiles que alcanzan a cualquiera sn detenerse a medir su grado de inocencia.
Y no sólo en la zona de chabolas; también en los barrios de clase media la guerra puede estallar al otro lado de tu ventana. A primera vista, la ecuación es incomprensible. Por un lado, los grupos de traficantes, que forcejean entre sí y luchan contra las fuerzas de seguridad. Por otro, la Policía Militar -corrupta, violenta-, que combate el crimen con técnicas de guerra sin importar la muerte de civiles. La milicia -grupos paramilitares que suplen el gran vacío en seguridad- completa el cóctel.
¿Y los desaparecidos? Entre 1993 y 2oo7 se contaron más de 25.ooo. ¿Quién los mata y los oculta?
Condenados a la pobreza, la muerte ya no sorprende a nadie, es una escena habitual. En cualquier favela puede haber tiroteos durante horas. Los niños y lo jóvenes se ven envueltos en una espiral de extrema pobreza y delincuencia de la que es casi imposible salir. Entre las bandas ya no hay instinto revolucionario, ni siquiera ideología. Es una locura de drogas, muerte y supervivencia. Sin más análisis.
El sociólogo Ignacio Cano, del Laboratorio de Estudios sobre la Violencia en la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERJ), probó con un informe que el 65% de los asesinados por la policía tenía al menos un disparo por la espalda. "Les llaman autos de resistencia, pero son ejecuciones", indica. Tim Cargill da una pista importante: "Los autos de resistencia blindan a la policía, no se investigan las muertes".
La ley del silencio. De la mordaza. La milicia no perdona. Freixo destaca que muchos milicianos "son elegidos n las elecciones legislativas". Eduardo Paes, actual alcalde, ganó las elecciones defendiendo al poder paramilitar. El policía Alexandre de Sousa justifica la milicia "por los bajos salarios de la policía".La media está en torno a 1.1oo reales, menos de 4oo euros mensuales. "Por ello existe la corrupción", explica. Un total de 1.245 policías militares corruptos han sido expulsados desde 2oo2 hasta marzo de 2oo8. Implicados en el tráfico de drogas. En la venta de armas a traficantes. En fundar grupos paramilitares para lucrarse.
Río boca abajo. La ecuación está casi completa. El Río Norte tomado por los traficantes. La zona oeste, conquistada por las milicias. En las favelas elevadas de la zona del sur, algunos puntos de tráfico. En toda la ciudad, la población pobre a merced de los abusos de uno y otro lado. El vídeo que el Gobierno de Río entregó al Comité Olímpico Internacional ocultaba las favelas. Hasta la histórica Mangueira, pegada al estadio Maracaná. El vídeo no mostraba los muros que están siendo construidos en 13 favelas de Río, "para proteger la naturaleza" (versión oficial). No es que no se haga nada; hay algo de inversión social. En Santa Marta, por ejemplo. Y en la defensa de la candidatura olímpica en Copenhague, el gobernador Sergio Cabral comprometió 2,5 millones de euros para "entregar los Juegos más seguros". "Pero la policía sigue intimidando con armas", afirma Daniel Luz, de la ONG Viva Río. Hasta Jorge Bittar, secretario de Vivienda de la ciudad, confiesa que Santa Marta es sólo una favela. Una de muchas. La Ciudad Maravillosa tiene más de 7oo (hace 2o años eran 3oo). Lo cierto es que en 2oo9 todo sigue parecido. La clase media, cheirando pó (esnifando cocaína) en las fiestas de la zona sur mientras el rapero MV Bill entona sus rimas afiladas desde la favela de Ciudad de Dios: "Compras cocaínas de mis manos, luego me insultas en la televisión". La mayoría de los cariocas mira para otro lado, no quiere hablar de la violencia.