Lecturas: Contra el viento (Ángeles Caso)

Pensamos, medimos las consecuencias, imaginamos. O no. O tomamos la decisión guiados por un impulso, un arrebato repentino que nos pone el cuerpo en tensión, la sacudida inesperada de los nervios, un pálpito brutal en el pecho, una opresión en la boca del estómago. Una luz que se nos enciende refulgente en el cerebro y lo ilumina todo. No importa. Lo más probable es que nos equivoquemos. La vida seguirá su curso al margen de nuestros planes, como si un grupo de dioses burlones entretuvieran su absurda eternidad en las alturas soplando sobre nosotros, enredando las cosas, complicando las situaciones, retorciendo los sentimientos. El hombre al que jurábamos querer para toda la vida terminará por convertirse en un ser inmundo al que detestamos.La profesión para la que nos preparamos esforzadamente habrá pasado de moda cuando hayamos acabado nuestros estudios. La ciudad que no queríamos abandonar se transformará a toda velocidad, hasta que no la reconozcamos, y nuestros amigos se irán para siempre y el bar cerrará sus puertas y desaparecerá su recuerdo, como si nunca hubiera existido.

La vida tomará su propio impulso, girará sobre sí misma, dará volteretas, irá arriba o abajo repentinamente, enloquecida, brutal, y nos empujará a su capricho, hacia el paraíso o el abismo, al margen de nuestro esfuerzo y nuestros méritos. Es mentira todo lo que cuentan: nuestros actos no tienen consecuencias. Sólo son un derroche de energía, una salpicadura de patéticos intentos por aferrarnos a algo perdurable, la satisfacción, el bienestar, la comodidad... Creamos familias, construimos casas, levantamos negocios, nos dejamos la piel en cada gesto, y todo se desmorona  en un instante, sin que podamos hacer nada por retenerlo. O, por el contrario, vemos cómo surge a nuestro alrededor un espacio bendito sin que nosotros hayamos movido un dedo a su favor, partiendo de la nada y sostenido en nuestra nada interior, en nuestra desidia o nuestra maldad que resbalan sobre el mundo, como si a él no le importase en absoluto nuestra manera de acariciarlo o de agredirlo.