Dos monstruos juntos (Boris Izaguirre)

- Es para mi hermana mayor, es muy tiquismiquis con las palabras - se excusa Patricia  mientras relee la carta. La negra no dice nada. Ni siquiera con Obama, si llega a ganar, que para Patricia es totalmente probable, cambiará ese gesto, piensa. La negra pone el sello y de nuevo la fecha, 14 de septiembre de 2008. Mañana estará en Londres y además de fiesta. La negra se queda mirándola, esperando que le entregue el grupo de sobres que también esperan un sello. Qué mirada más triste, piensa Patricia cuidadosa de que su propia mirada no desate un juicio por racismo. Obama ganará, está segura, porque demasiada gente es negra en el mundo. Y aun siendo tanta todavía se les denomina minoría. Cuando naces y creces como una minoría lo único que atesoras son resentimientos. Los resentimientos erradican el sentido del humor hasta que alguien aparece y tiene la gestualidad física exacta como para devolverte la risa. Cuando empiezas a reírte de ti mismo es cuado dejas de ser minoría. Y es cuando surge un negro como Obama, que no es completamente negro sino bastante chocolate con leche, que te provoca admiración, interés y encima habla fenomenal, con muchísimo vocabulario. Se ha embalado, Patricia tiene la habilidad de embalarase en una idea y estirarla hasta el hastio; en todo caso, el triunfo de Obama les pillará, a ella y a Alfredo, en otro país, de blancos, Europa otra vez, pero en inglés.




Sal con una chica que no lee

Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa muchedumbre reunida en un bar o una discoteca. Encuéntrala en medio del humo y de las luces multicolores, del olor a sudor y a alcohol. O donde la encuentres. Descúbrela, busca su mirada y sonríele, y si te devuelve el gesto asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Acércate, cautívala con trivialidades poco sentimentales, usa las típicas frases de sonrisa y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluída la velada. Ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la luz de un farol de la calle os ilumine, así, como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo esto tiene. Llévala a tu apartamento y despídete de ella después de hacerle el amor.

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta estas rellenando con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses o gustos comunes como la comida china o la música indie y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio comun un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia, deja que hable de lo que ella considere importante; piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléate por cosas insignificantes como quién se levanta a apagar la luz antes de dormir o como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer extendida para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberíais casaros porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el último piso de algún edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al camarero que le traiga la copa de champán con el modesto anillo dentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Busca trabajo, compra una casa y ten dos preciosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho, pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante los paseos, ten la sensación de que nunca vas a regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de vuestras vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nadie la previno nunca de la escasa magia que tenía su vida.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una vida en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de ese algo maravilloso pero extraño que es para ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla como ella puede amar. Que puede identificar la inarticulación causada por el desespero de el que la ama en demasía pero que nunca sabrá amarla como ella sabe amar.

Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis, de figuras literarias, de la sinestesia de la belleza del mundo. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles, y también que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida traiga consigo una corriente de decepción, pero también sabe y exige la magia que sus ojos saben ver. Una chica que ha leído conoce las reglas de la sintaxis. Conoce las pausas irregulares en la vacilación de la respiración que acompañan a la mentira. Sabe también cuál es la diferencia entre un episodio de rabia, depresión o hastío aislado; y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo estilo de vida continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya hecho sus maletas y pronunciado un inseguro pero generalmente irrevocable adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite conocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios que la alienten a creer en la magia del siguiente capítulo.Puede que intente acelerar el desenlace. Puede que intente retrasarlo un poco más. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza, o puede que con un hondo y profundo suspiro que inhale toda la tristeza del mundo; pero siempre sabiendo disfrutar de esos finales por lo vivido, por lo que queda por vivir.

No salgas con una chica que lee porque ella ha aprendido a contar historias. Ahora te imagino siempre, como el personaje de una película, una novela o un cuadro... Tú con Joyce o con Haruki Murakami entre tus suaves manos, tú en una biblioteca recogiendo delicadamente detrás de tu orejita los mechones de cabello que se vierten en tus libros en busca de aventuras, tú parada en la estación del metro retorciendo tu pañuelo entre los dedos, tal vez sentada en la mesa de la ventana de un café con mirada soñadora e intrigantemente meláncolica, o viendo caer la lluvia a través de la ventana de tu cuarto. Tú, la que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en un personaje de la insignificante historia de mi vida y la ha llenado de significado. Tú, que insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios también pueden ser coloridos; tú y tu comodidad con tu estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptas la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al norte y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad, te odio.