La zona fantasma y los robos presentes

No se puede jurar, así pues, que en su juventud, nuestros padres no hubieran caído en la tentación de robar con el ordenador, de haber existido éstos entonces. Pero lo cierto es que conozco a numerosas personas esencialmente honradas que se descargan sin ningún problema de conciencia cuanto les apetece ver, oír, y de aquí a poco leer. Que no se dé tal problema de conciencia, -sabiéndose que no solo se hurta a la "industria cultural", a menudo abusiva, sino también a los creadores, a diferencia de lo que ocurría con los robos artesanales del pasado- se debe sobre todo a dos creencias disparatadas, desvergonzadas y nuevas, a saber: que "la cultura es de todos" y que "debe ser gratuita". A arraigarlas han contribuido más que nadie los demagógicos Gobiernos actuales, con los españoles a la cabeza (nuestro país es, tras China, el segundo del mundo en número de descargas ilegales): Aznar y Zapatero han contraído una monstruosa deuda con los artistas en general. La práctica de bajarse lo que a uno le plazca, sin peligro, sin coste las más de las veces, está ya tan arraigada, en efecto, que difícilmente tiene vuelta atrás. No es sólo que los Gobiernos no hagan nada para proteger la propiedad intelectual, o que, si toman tímidas medidas (como en Francia), los jueces se las echen abajo. Es que si a estas alturas lo intentaran -castigaran con fuertes multas las descargas, por ejemplo, no digamos el almacenamiento en los discos duros-, habría una rebelión. Ya muchos internautas se ponen como fieras en cuanto se habla de regular o controlar un poco ese no-mercado. Se ha permitido que la gente se acostumbre a lo que no lo estuvo ninguna generación anterior: a disfrutar de los productos culturales sin soltar un céntimo, a apropiárselos con impunidad y a que además esa gente crea, incomprensiblemente, que tiene "derecho" a ello. Es seguro que ya no se va a desacostumbrar.

Por tanto no veo solución al problema, que nuestros irresponsables Gobiernos han dejado madurar hasta la pudrición. Pero sí preveo lo que, puestas así las cosas, puede pasar. Quienes hacen obras artísticas, buenas o malas (escritores, músicos, cineastas), ya han estado discriminados siempre respecto al resto de la sociedad: lo que crean o inventan, lo que es más suyo que cualquier bien adquirido por cualquiera, tiene fecha de caducidad y pasará a ser del dominio público un día, a diferencia de lo que ocurre con las propiedades de todos los demás: la gente lega sus casas, tierras, fortunas, negocios, de generación en generación. A ellos, en cambio, se les impone un límite -un extraño castigo-, sin recibir envida por ello ninguna compensación. Ahora se pretende que ni siquiera cobren, mientras están aún en el mundo, de muchos espectadores o lectores que disfrutan de sus obras nada más aparecer éstas. Pero no viven del aire: como todo vecino, pagan un alquiler, la comida, el calzado y la ropa, el transporte y todo lo que los internautas abonan sin rechistar y sin considerar que tienen "derecho" a ello gratis. La mayoría empieza a escribir o a componer por lo que antes se llamaba "vocación", sí, pero no van a seguir haciéndolo tan solo por vanidad. Hay internautas que preguntan a los creadores damnificados por sus hurtos: "Pero, ¿no te halaga que centenares de millares de personas quieran ver tu película u oír tu canción y que por eso se las descarguen?" Es como preguntarle a un jamonero si no le halaga que las masas le sustraigan sus jamones de bellota, de tan ricos que están. Lo más probable es que, a la larga si no a la media, ese gran jamonero cerrara el negocio y ya no hubiera jamón.

Esto es seguramente lo que va a pasar con la cultura y el arte. Dejarán de hacerse. Llegará un día en que ya no habrá más canciones ni películas ni series de televisión ni novelas nuevas, porque a ninguno les compensará dedicar el larguísimo tiempo y el enorme esfuerzo que supone crearlas para recibir muy poco a cambio. Los internautas no van a variar ya sus costumbres, bien está; pero conviene que sepamos que somos como los cazadores insaciables que extinguen una especie o como las empresas sin escrúpulos que deforestan y emiten CO2 sin cesar, y amenazan los recursos de la tierra. Poco a poco condenamos a muerte lo que tanto amamos, la cultura y las artes, sobre todo las independientes. Tal vez la única solución sea que los Estados asuman su irresponsabilidad y acaben por financiarlas, y ofrezcan al pueblo gratis lo que éste ya se toma del sector privado, que también desaparecerá. Pero, ¿qué clase de cultura será la que dependa de los políticos? Ellos decidirán quiénes las hacen y quiénes no, y también sus contenidos, más pronto o más tarde. Un modelo soviético, o en el mejor de los casos mexicano. Un modelo dirigido, burocrático, politizado, funcionarial, en el que se premiará a los dóciles y a los amigos del Gobierno de turno, los únicos facultados para escribir libros y hacer cine o televisión. Dudo que los internautas deseen bajarse mucho de semejante producción. Nadie nos va a alterar ya nuestras costumbres adquiridas y consentidas, pero no está de más que sepamos hacia dónde vamos, más que nada para que luego sepamos lo que hay si se nos ocurre quejarnos o protestar.




NOTA:

La verdadera inquietud no viene de los autores, aunque la SGAE se haya encargado de meterles el veneno de la protesta en la vena de sus intereses; ni de los intérpretes, que cobraron su salario al acabar la película; ni mucho menos de los técnicos que lograron la calidad del sonido o de la película o de la encuadernación en el caso del libro. La verdadera inquietud se genera en los distribuidores y demás intermediarios, que son los que engordan los precios de las obras en el mercado y, por tanto, los verdaderos perjudicados por esta práctica. Propongo una rebaja en los precios de los bienes culturales a niveles donde el beneficio sea exclusivo de los autores, técnicos y un beneficio razonable para el vendedor, transportista y otros participantes del pastel. Veremos si cuando un disco de moda y calidad valga en el mercado seis u ocho euros, los internautas se molestan en pasar horas bajando música que, no nos engañemos, tiene peor calidad que el soporte original.

 
Sí, todo lo expuesto anteriormente son las consecuencias derivadas de nuestros irresponsables actos al robar la propiedad intelectual de personas que trabajan incluso jornadas más largas que las de cualquiera, y que después nos ofrecen el resultado de ese trabajo para nuestro deleite. Pero con 9oo euros de sueldo, alguien nunca hubiera podido deleitarse y... también tienen derecho a aprender y culturizarse. Porque la cultura y el deleite siempre han sido para unos pocos privilegiados que se lo han podido pagar. No dejemos la responsabilidad de ese problema sobre las cabezas de quienes se las parten para llegar a fin de mes mucho más precariamente que todos los pobrecitos intelectuales que pueden pagar holgadamente sus impuestos, su calzado, su cultura...


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