Blanca sale del laberinto

Ha vivido a tope, pero ha sabido frenar antes de estrellarse. Blanca Romero, ex modelo, ex esposa de torero, ex cantante sin éxito, sorprende en el cine con un personaje atrapado por las drogas, el sexo y la soledad. Tras pasarse la vida huyendo, ¿ha encontrado su sitio?

"No buscan nada, ni siquiera divertirse, es el sinsentido permanente", explica ella sobre unos personajes con los que dice sentir ciertas conexiones. "En la película, todo es muy extremo, pero conozco la noche, y desde luego tengo amigos que están así. Vivimos solos, muy solos; nos dicen que hay que tener éxito, pero nadie nos avisa de lo solo que te quedas. Todo muy guay y muy divertido, pero muy patético también. Yo frené, y aunque forcé la máquina, me quise más que estos tres personajes; para ellos, nada funciona, viven en la insatisfacción permanente".

Blanca Romero habla con una extraña mezcla de confesión y desapego. Tantea el terreno con ayuda de su intuición, es confiada y buena, pero cuando le sale el mal genio es capaz de liarse, literalmente, a tortas con la valla de un parking público. "Fue entonces, después de la separación, cuando dejé a mi hija en Asturias con mis padres y me rapé la cabeza". Un gesto simbólico, de evidente autolesión, que ella justifica: "Cuando me afeité la cabeza perdí muchos trabajos, pero no me arrepentí. Estaba en un momento crítico de mi vida y no me gustaba nada de lo que me ocurría. Sin trabajo, con todas las puertas cerradas, con una imagen nefasta, sólo había alcanzado una meta horrorosa de la que no culpo a nadie. Mi vida se había detenido y estaba desesperada. Me afeité la cabeza y me liberé".

"Después de tanto tiempo, las piezas empezaron a encajar, tenía trabajo, podía mantener a mi hija y podía volver a vivir con ella". Ella cree que es actriz "por intuición, por coherencia y por sentido común". "Y porque tengo mucha vida", añade. "Yo no estudié interpretación, pero nunca me he olvidado de vivir, y si un actor necesita algo es vida, para entenderla y contarla. Para mí, interpretar no es algo ortopédico, sino algo muy natural".

Su trabajo en After sólo es el principio. Un personaje demasiado al límite, que mendiga cariño en una noche en la que nadie está dispuesto a darlo. Ana, ese personaje, pasa la noche aferrada al móvil, esperando una llamada que, por supuesto, nunca llega. El sexo como antídoto desesperado del amor que nunca ocurre y un perro herido y perdido que se cruza en su camino. "Sufre muchísimo, no tiene ninguna paz y sueña con un príncipe azul que la salve de tanta autodestrucción. Pese a todo, hay cosas que no puedo entender de ella, y por eso interpretarla me hizo más daño del que pensaba".

Blanca Romero tiene una casa en el monte Deva, ha tardado cinco años en construirla, y de todos sus ideales es el único que se mantiene en pie. "La he hecho muy poco a poco. Voy allí para perderme en el monte, para bajar el río. Me criaron en el campo y es allí donde encuentro mi calma y mi fuerza. Desde niña he soñado con esa casa. Puedo caminar horas por el monte, y es allí donde me quito la tristeza, las tonterías que tengo en la cabeza y que me distraen. Allí estoy sola con mis sueños y allí me creo que puedo alcanzarlos".

Le gusta pensar que la vida nos pone a todos en nuestro sitio y que es mejor luchar siempre que creerse definitivamente algo.

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