UNA EXPERIENCIA ASOMBROSA ES, pues, la visita a esta exposición de esculturas del Museo Albertinum de Dresde y el Museo del Prado. El primer momento de asombro, de distancia ante tanta belleza, es el que nos lleva a pensar que fueron ellos, los griegos, quienes la inventaron al debatir largamente sobre esa palabra "bello" (kalós), que junto con la "verdad" (aletheia) y la "justicia" (dike) marcaban y nutrían el espacio de la cultura, de la paideia. La cultura, entendida no como un bloque de artes, conocimientos y saberes, sino como un proceso, una construcción encarnada en la estructura natural, la physis; un dinamismo que convertía a ese animal atado a todos los instintos de los otros animales en animal que con el logos, con la palabra, con la capacidad de entender y crear, trascendía los límites de su propia animalidad y entraba así en un territorio absolutamente nuevo, el territorio de lo humano. Y en él, no sólo la palabra nos distinguía, sino también la mirada: el aprender a mirar y, desde esa mirada, descubrir el querer, el amar.
Hay testimonios literarios suficientes para definir esa cultura de la luz, de la iluminación que el romanticismo alemán empezó a llamar el "milagro griego". Basta recordar aquel comienzo de un libro clásico en los orígenes de la filosofía cuya primera línea dice: "Todos los hombres tienden por naturaleza a mirar". A mirar sabiendo, claro está, porque esa mirada, esa "idea", era etimológicamente resultado de la visión. Los ojos y la luz. Sobre todo esos "ojos del alma" que dentro de la frente "se hermanaban con la luz del sol" y levantaban el sueño de los ideales hacia los que tendía otro de los grandes principios del mundo griego, la democracia. Porque la mirada, el entendimiento, requiere y exige libertad: ese dominio infinito de posibilidades por donde navegan los también infinitos deseos de los seres humanos. Fruto de esa libertad fue la ciencia, la filosofía, la tragedia, la lírica, la épica, la política, la historia, la comedia, la ética... todos esos campos que inventaron los griegos y por donde empezaron a sembrar las semillas y en muchos casos los grandes árboles que hoy, casi sin saberlo, nos cobijan y alimentan.
ES UN ACIERTO, ENTRE OTROS MUCHOS, que la exposición, a la que acompaña un excelente catálogo, se abra con esa imponente estatua de Zeus Eleutherios, el dios que da libertad, el dios liberador que no sólo les habría dado la victoria sobre los persas.

EN EL MUNDO DE LOS DIOSES y héroes se manifestaban los deseos y esperanzas humanas. Otro "logro para siempre", que expresó un texto de uno de aquellos siempre vivos maestros: "Amamos el conocimiento, amamos el saber, pero sobre todo amamos la vida". La vida que nos ofrece el gozo" de los sentidos, y entre ellos, sobre todo el de poder ver". Una religión, pues, de la vida, de la vida real de los hombres. "Hermano, permanece fiel a la tierra", ya que es esto lo único que tienes. Por ello fue, además, una religión que, después de Fidias, se atrevió a desnudar a sus dioses y héroes, a alegrar la mirada en esos hermosos cuerpos en los que se vislumbraba no sólo el amor hacia los seres, sino la idea de una incesante superación. Un canon, pues, para el cuerpo, y un canon de libertad, armonía y progreso para la mente.
Si contemplamos el Diadúmenos, se nos hace presente el asombro al que me refería:

Para la enfermedad moral de la doble verdad, de la hipocresía, se ha esfumado la decencia entre una serie de siniestras consignas patológicas que trastornan la mente de los seres humanos. Por ello, es un salto de alegría, en la conquista de la realidad y de la vida, esa -¿cómo adjetivarla sin tópicos?- Venus de Medici:

NO SOMOS PLENAMENTE conscientes de esas lecciones que aún no hemos asimilado y que tienen su origen en esta tradición que hizo posible el que hoy sigamos luchando por la cultura como fuerza y dinamismo, como energía (enérgeia), como educación de la mirada, como forja de la posibilidad y la igualdad. Es verdad que también descubrieron la tristeza, el dolor, la melancolía: "¿Por qué tantos hombres excepcionales en la filosofía, la política o la poesía son melancólicos?". Esa melancolía, "el gesto supremo del espíritu", no logró empañar la alegría del más acá, la alegría de vivir. Una de las maravillas de esta exposición es, por ejemplo, ese relieve de una ménade pensativa. Las ménades eran, como es sabido, esas mujeres poseídas de pasión que cuidaron de Dioniso niño y formaron después parte de su cortejo. Se las representaba desnudas o cubiertas, como ésta del Museo del Prado, con un velo muy fino que transparenta el cuerpo y que vuela luego a sus espaldas suavemente dominado por una mano. La otra sostiene el tirso típico de las fiestas dionisiacas. La melancolía del rostro que también mira al suelo lo alegra ese movimiento de extraordinaria sensualidad en un cuerpo que parece desfallecer, mientras la rodilla, levemente doblada, anuncia el baile que apenas entrevemos en esa otra maravillosa ménade de Dresde que sin brazos, casi sin rostro borrado por la impiedad del tiempo, hace ver la alegría de vivir.

ME PERMITIRÉ, AL FINAL, una pequeña coda, anacrónica, me temo. No podía dejar de pensar en ello, cada vez que iba al museo, y casi siento como un paradójico deber el evocarlo. Esta exposición enseña muchas más cosas, pero entre ellas: la sorpresa, el asombro del arte, el amor a la vida, a la verdad, a la educación, a la sensibilidad de la mirada, a la reflexión, a la libertad. He visto muchas veces, en los museos de Berlín, sentados en pequeñas sillas puestas a disposición de los alumnos, grupos de niños, de jóvenes, escuchando a una profesora que les enriquecía, con sus palabras, la mirada y, por supuesto, la inteligencia. Esa educación de la mirada es un antídoto necesario para ese chisporroteo de crueldad y violencia de muchos de los llamados videojuegos, y en los que, desgraciadamente, los jóvenes no son sólo sujetos pasivos en la visión de inacabables monstruosidades, sino que son personajes activos que practican, con las teclas adecuadas, la frialdad, la indiferencia ante un imaginario y siempre posible aniquilar, matar, suprimir. Nada que ver con los viejos tebeos de aventuras, incluso con las películas más o menos violentas. En el pulso de esos teclados se aprenden y domestican, como amarrados perros de Pavlov, los reflejos condicionados que suavizan y vanaglorian la muerte y el horror ajeno.
La exposición 'Entre dioses y hombres' reúne más de 60 esculturas clásicas procedentes del Museo Albertinum de Dresde (Alemania) y del Museo del Prado. Puede visitarse en la pinacoteca de Madrid hasta el 12 de abril.
NOTA
El asombro del arte, el amor a la verdad, a la sensibilidad de la mirada, a la libertad. Todo eso enseña, en palabras del filósofo y académico, la exposición "Entre dioses y hombres" del Museo del Prado. En su visita vió mucho más que sesenta esculturas clásicas: encontró toda una celebración de la vida y el goce de mirar.
CONCLUSIÓN
Después de un largo debate sobre la belleza, uno de los diálogos de Platón concluye: "Me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con cada uno de vosotros. Creo que entiendo ahora el sentido del proverbio que dice: Lo bello es difícil".
La belleza ya no es lo que era
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