El cambio tranquilo

"Digo que en Euskadi la normalidad es revolucionaria porque el cambio consiste en hacer normal lo que debe ser normal", aclara el presidente del gobierno vasco. "Hemos situados las prioridades gubernamentales en los asuntos que más preocupan a los ciudadanos", afirma.

"No me gusta hablar de rectificación, queremos huir del revanchismo. Después de tres décadas en el poder, el nacionalismo no ha sido capaz de acabar con la ideología que sustenta a ETA, pero aunque unos tienen más responsabilidades que otros, este no deja de ser un fracaso colectivo", reconoce Patxi López.

Pese a su indudable trascendencia histórica, el cambio actúa con cautela, no mira hacia atrás, ni levanta las alfombras, camina con pies deplomo porque sabe de lo comprometido del paso y de las dificultasdes que entraña sustituir al partido hegemónico y rebatir la ideología dominante.

Aunque parece en buena forma física y ofrece a sus interlocutores una mano solvente, vigorosa, como si el cargo aportara un plus de confianza en sí mismo, cuesta imaginárselo con el chaleco alcolchado de los harrijasotzaileak (levantadores de piedras) tratando de alzar la mole de los 3oo kilos. Y sin embargo, necesitará de esas fuerzas y de muchas más porque lo que se propone es una proeza mayor: levantar la losa de los 3o años de falsa normalidad democrática, revertir las inercias peligrosamente asentadas en la sociedad vasca, acabar con el caldo de cultivo que hace que el 15% de los jóvenes vascos se sitúen en los aledaños ideológicos que aseguran la supervivencia vengativa de ETA.

Más que una tarea, pues, lo suyo es una verdadera misión, una encomienda histórica que requiere valor, coraje y espíritu épico, porque, entre otras razones, no hay que olvidar que este primer gobierno no nacionalista vasco ha nacido bajo la amenaza expresa de ETA y que todos aquellos que forman parte de él tienen que sobreponerse a la intimidación.


"Que la sociedad vasca haya llegado a no ver ni apreciar como monstruoso lo que ocurre en su seno es el dato más terrible que interpela nuestra conciencia", ha escrito el analista José María Ruíz Soroa, a propósito de la ceguera moral instaurada en la sociedad vasca. La losa conformada a lo largo de estos lustros está hecha con los materiales del miedo y el chantaje terrorista,pero también con la corbata que les brinda la deslegitimación, por española, del Estado y la democracia; con la impunidad resultante de la política de apaciguamiento aplicada al mundo de ETA-Batasuna, con el efecto social de la presión-obsesión indentitaria ejercida por las instituciones vascas.

"Se ha dado por bueno y admisible que los violentos pudieran ser ensalzados públicamente y que, a la vez, las víctimas hayan tenido que estar ocultas y ocultadas; hemos dado por bueno que organizaciones ilegales ocuparan espacios públicos pagados por todos, que el matonismo se instalara en los cascos viejos de nuestras ciudades y fiestas...", reune Ángel Altuna, miembro de la asociación de víctimas Covite e hijo de uno de los asesinados por ETA. Para muchas víctimas que no contaban ya con recibir el abrazo institucional vasco, el cambio ha sido descubrirse una mañana ante el espejo con una media sonrisa, un brillo de ilusión en la mirada.


"En una situación de terrorismo activo, el miedo genera el aprendizaje de la siguiente pauta de conducta: No hay que significarse. Cada uno a lo suyo, y que cada cual se las arregle como pueda. Se crea la ley del silencio y las gentes adoptan un tono de cautela en el hablar y hasta en el mirarse los unos a los otros. Los que se compromenten pasan por apestados porque los aldabonazos de la conciencia se subordinan a la comodidad de la convivencia. Al no poder vivir en la permanente y corrosiva tensión de los sesinatos, las bombas, las extorsiones y las amenazas, se activan mecanismos de defensa contra lo angustioso y desagradable para evitar la culpa", indica el catedrático de Psicología.

La sobrevaloración del euskera, erigido en el elemento vital de la identidad vasca, ha llevado a la aplicación de medias discriminatorias en los puestos de trabajo públicos, particularmente en el ámbito de la enseñanza y la sanidad. Se ha llegado a la aberración de que a un cirujano se le puntúe más el conocimiento del euskera que su expediente académico, pero la sociedad no ha hecho escándalo de tantas otras sangrías profesionales.
Parte de la población vasca -en realidad, sólo el 30% habla euskera- ha llegado a interiorizar que el desconocimiento de la leguna es un déficit personal, una falla, un estigma culposo que recae sobre sí mismo o sus progenitores. ¿Cabe extrañarse, a la vista de ese silencio, de esa ausencia de crítica, de que el nacionalismo se haya atribuido en exclusiva al derecho a definir qué es ser vasco y cómo deben comportarse los auténticos vascos?

La manipulación política nacionalista del euskera y su obligatoriedad han hecho, además, que la lengua vasca, patrimonio común a defender, sea visto por una parte de la población como algo antipático, forzado, que se utiliza de puertas afuera para quedar bien, pero se cultiva muy poco en la realidad. Es el precio de ignorar que el aprendizaje de las lenguas requiere, antes que nada, predisposición afectiva. Claro que mientras muchos profesionales se buscan la vida fuera del Euskadi, una nueva burguesía nacionalista surgía al calor de la exigencia del euskera en la Administración.

"Lo que vamos a hacer con el euskera es fomentarlo con idéntico esfuerzo presupuestario que hasta ahora, pero aplicando el sentido común y prescindiendo de esas políticas absurdas y disparatadas que han generado rechazo. Los padres tienen derecho a decidir en qué lengua quieren escolarizar a sus hijos", anuncia el lehendakari.
La herida de los damnificados sigue en carne vida, a pesar del tiempo transcurrido. Las políticas nacionalistas arrasaron un sistema educativo público excelente.

Consiguieron arrinconar la enseñanza en castellano y que la mayoría de los profesionales se expresara en Euskera, pero el impacto en el plano educativo ha sido enorme. En nombre de una falsa patria y de una no menos falsa idea de la contrucción nacional, han sacrificado a profesores y alumnos para imponer un euskera de plástico.


Por grande que sea el empeño, por exitosa le gestión del lehendakari, no cabe contar con que el cambio llegue a penetrar en los corazones de hielo ni en los cerebros de demento armado, y aspirar tampoco a que la metamorfosis vasca se produzca en el plazo de dos o cuatro años. A lo que sí cabe aspirar a que el nuevo Gobierno labre un surco nuevo y profundo en la vida política vasca, demuestra una manera de mirar, sentir y actuar diferente.

"La clave de bóveda de nuestro proyecto político" -subraya Patxi López- "es construir un nosotros vasco solidario, no uniformador, que nos reúna como hombres libres y autónomos por encima de trincheras y frentes".

Pese a las extraordinaria medidas de seguridad a las que tendrá que someterse, el lehendakari dice que no quiere encerrarse en Ajuria Enea, que buscará el partido y la calle, que necesitará el aliento de que otro Euskadi es posible, que se puede burlar la fatalidad del destino ideado por el terrorismo, levantar la cabrza, caminar juntos en libertad.

NOTA: Pienso que cada lengua es en sí una manera de entender la vida, y de eso es de lo que se andamos faltos: de dejar de ver problemas donde no los hay y de entender que una persona vale más cuanto más sabe, sin intentar politizar el conocimiento, y que no se puede amar algo que no se ha tenido la oportunidad de conocer, sea el euskera  o  las matemáticas.

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